El virus del papiloma humano (VPH o HPV por sus siglas en inglés) es la infección de transmisión sexual más habitual en el mundo. De hecho, aunque pensemos que no porque es asintomático, lo cierto es que acaba poniéndose en contacto con el 80% de la población sexualmente activa.
Transmitido principalmente por contacto íntimo, es tan frecuente que se cree que casi todos los individuos que mantienen relaciones sexuales habitualmente contraerán algún tipo de VPH a lo largo de su vida.
El virus del papiloma humano cuenta con más de cien tipos y aunque algunos de ellos no siempre provoquen graves consecuencias, la importancia del VPH reside en que es el precursor de las lesiones precancerosas y de los cánceres relacionadas con la actividad sexual, tanto en hombres como mujeres.
No obstante, la toma de contacto con el virus no significa que necesariamente se vaya a desarrollar un cáncer, ya que se necesita una infección persistente y prolongada de genotipos virales de alto riesgo, además de otras condiciones negativas, como la predisposición genética del individuo y de factores inmunitarios.
Aun así, un diagnóstico temprano permitirá hacer un seguimiento adecuado y recomendar la vacunación, tratamiento con inmunomoduladores y seguimiento de la enfermedad.
No percibimos ninguna señal de alarma ante una infección por este virus. Al tratarse de una infección silente, tenemos que ir a buscarla. Para ello, se recomienda una prueba de detección de VPH en cérvix. En España, se dispone de programas de cribado implementados para el cáncer de cérvix, que consisten en la realización de citologías cada 3 años a mujeres jóvenes entre los 25 y 34 años, y una prueba de detección de HPV en mujeres entre 35 y 65 años.
Porque aunque haya edades en las que el VPH puede contraerse con más facilidad, por la mayor cantidad de contactos sexuales, el peligro de que la infección aparezca se da en cualquier persona, tanto hombres como mujeres, a cualquier edad.
Aun así, el riesgo de aparición aumenta con el número de parejas sexuales, o si se mantienen relaciones con parejas con alta promiscuidad, ya que nos exponemos a muchos más riesgos.
La vacuna contra el VPH es una vacuna profiláctica, no terapéutica, lo que significa que es preventiva, no curativa. Con esto, la vacunación protege de la aparición de lesiones de alto grado, así como del cáncer, pero no protege del contagio. Una persona puede estar vacunada, pero entrar en contacto con el virus y tener una prueba de detección positiva. Si la persona está vacunada, puede llegar a tener lesiones de bajo grado, pero es difícil que acabe teniendo una lesión de alto grado o un cáncer.
La vacunación aporta un tipo de defensas que la infección natural con el virus no estimula. Es decir, las personas vacunadas, cuentan con más armas para defenderse del virus. Además, cuanta más población esté vacunada, más protección existe a nivel poblacional. Es lo que se conoce como efecto rebaño.
Esta protección a nivel poblacional tiene que darse desde edades tempranas, y se recomienda que ya con 12 años, con dos dosis, sería suficiente. Sin embargo, a partir de los 15 años, habría que ponerse tres dosis.
La vacuna contra el VPH es muy segura, ya que no lleva virus vivos ni atenuados. No produce efectos secundarios, salvo alguno a nivel local, como enrojecimiento o dolor en la zona de la punción.
Su eficacia está tan demostrada que en países como Australia la tasa de cáncer de cérvix está prácticamente erradicada, puesto que vacunan a todas las niñas, niños, mujeres y hombres y cuentan con un buen programa de cribado.
Porque no solo el VPH es una infección silenciosa en la sociedad, sino que lo son todas las enfermedades de sexualidad, se continúa recomendando el preservativo durante toda la relación.
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