He llegado bastante pronto y espero solo, sentado en
la sala de médicos del Servicio de Ginecología del Hospital, a que lleguen los
alumnos de 4º curso de Medicina, a los que he de darles un seminario sobre la
atención en el parto distócico. Fuera, en la calle, hace un desagradable frío
húmedo y dentro, se respira un extraño y no habitual silencio sepulcral, que
aquí suele seguir a unos momentos previos de gran follón con todo el mundo,
médicos, enfermeras, matronas, auxiliares, corriendo de aquí para allá.
Madrugué y me levanté temprano, o más bien me tiré
de la cama, para repasar lo qué iba a contarles en la charla y me presenté un
cuarto de hora antes en el Paritorio. No veo a nadie por el control de matronas
y de pronto aparece Carmen, una residente de primer año, con la cara de susto propia
de los momentos de angustia. Le pregunto y me dice que están todos en el quirófano
en una cesárea urgente. Un bebé, que estaba en riesgo de pérdida de bienestar
según la monitorización y que se había quedado atascado en un III plano de
Hodge, con la cabeza enclavada y algo deflexionada y sin acabar de rotar en
oblicua izqda. Los compañeros de guardia intentaron una extracción mediante una
ventosa, pero les derrapó sin éxito y se ha optado por una cesárea urgentísima con
botón rojo de alerta máxima.
Me acerco a la puerta del quirófano y veo a los compañeros
obstetras de guardia sudando la gota gorda, con grandes dificultades para
extraer al bebé ya que la cabeza está muy encajada y enclavada en el fondo de
la pelvis. Alguien se mete entre los paños y las piernas de la paciente y empuja
con sus dedos la cabeza desde la vagina hacia arriba para desencajarlo y por
fin, extraen un bebé que no llora, muy deprimido, hipotónico, cianótico y
acidótico que no acaba de recuperarse. Me entero de que a los pocos minutos
entra en parada cardiorrespiratoria y fallece, a pesar de las maniobras de
reanimación profunda del cualificado equipo de neonatólogos de guardia. Apgar
1-0...
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