La mitología griega o romana es rica en tradiciones, leyendas y anecdotario variopinto. Los dioses y personajes semidivinos, dentro de un mundo de pasiones, odios, amores y traiciones más propio de la bajeza de los mortales que de la grandeza que debiera corresponder a deidades famosas, ofrecen curiosos episodios reproductivos con resolución de cesárea. Así se nos narra cómo la bella y mortal Coronis, hija de Flegias, rey de Tasalia (donde habitan los Laitas), es seducida y en consecuencia preñada por un bello y conocido dios: Apolo, el legendario hijo de Zeus. Más tarde Coronis, mujer casquivana, engaña al padre del hijo que lleva en sus entrañas con su amante Isquis, suscitando la traición en Artemisa, la hermana de Apolo, una divina e impulsiva irritación que la induce a matarla a flechazos. Colocado el cadáver de Coronis en la pira funeraria, antes de ser incinerado, da lugar a que aparezca Apolo quien, con vocación paternal, abre con su daga el vientre de su esposa, extrayendo a su hijo nonato, al que llamará Asclepio (Esculapio para los romanos), entregándolo al centauro Quirón para que, con el tiempo, le enseñe el arte de curar y encarne al dios de la Medicina.
En esta escenografía de Rubens, "La muerte de Semele. ca. 1640" de una gestante muerta con feto vivo intraútero hace aparición otro hijo de Zeus: el dios Hermes (asimilado al Mercurio romano) quien, aparte de su condición de patrón de comerciantes y ladrones es también protector de resucitados. Ejerciendo esa condición, abre con presteza el vientre de la infortunada Semele, extrayendo una criatura viva y prematura de seis meses de gestación. Ante la grave inmadurez fetal, en un astuto gesto clínico para combatirla, la cose al poderoso muslo de su padre para que allí pueda continuar desarrollándose (la primera incubadora divina de la historia) hasta que, tres meses después, la descose, produciéndose el nacimiento de un simpático y divertido diosecillo apodado Dionisos (Baco para los romanos) que será el futuro dios del vino y protector de los borrachos. Su personalidad es tan importante que se ganó el honor de ser pintado por dos mortales genios de la pintura: Leonardo da Vinci y Diego Velázquez. Etimológicamente Dionisos significa “nacido dos veces” o “hijo de doble puerta” por su específico nacimiento.
Nos encontramos, pues, con un doble parto simultáneo: el de Buda, por la vía paranatural del costado y el de la poesía, a través de la plenitud gozosa del alma. Abandonemos ese conflictivo Olimpo de los dioses y abordemos el campo de las leyendas y sucesos de los mortales, dejando constancia de que con el protagonismo de dioses y semidioses, la cesárea adquiere “categoría de divina o vía de los dioses”, en contraposición a la prosaica y fea vía natural, según palabras del propio san Agustín: “Inter faces et urina nascimur” (nacemos entre las heces y la orina) por la vecindad de vejiga y recto al canal blando del parto.
Si nos retrotraemos al gran pasado, a la Prehistoria, nos surge un interrogante: ¿se hicieron cesáreas en aquella vieja etapa de la humanidad? No hay indicios documentales de que ello ocurriera. En cambio, se han encontrado fósiles de cráneos con huellas de agujeros frontales y temporales, a manera de secuelas de posibles craneotomías (acaso también producto de agresiones o accidentes). Mediante una reflexión imaginativa (inspirada en un excelente editorial de Acta Obstetricia et Ginecologica II-99) intentaremos dar una explicación de la innecesidad de efectuar cesáreas en los albores de la humanidad, a expensas de la teoría de la evolución.
Quizá el abandonar la Prehistoria nos lleve de la mano a comentar la existencia de la cesárea en culturas no prehistóricas, pero sí primitivas. Los historiadores contemporáneos nos facilitan información, más o menos detallada, de partos cesáreos habidos en la América Precolombina, en tribus de indios Aucas, rama de los Araucanos, que recorrían la Pampa argentina, con asentamiento al pie de las laderas Andinas, en territorios próximos a la ciudad de Mendoza. Un pintoresco personaje, conocido por “tío Gikita”, más cronista del pueblo que historiador formal, nos ofrece una versión sobre el tema que encierra connotaciones trágicas ya que la muerte materna presidía estas acciones.
Dentro de los relatos legendarios de los mortales, y siguiendo un orden cronológico, tenemos abundantes referencias de personajes nacidos por cesárea:
- S. VI a.C. Según el sacerdote Rudabech, Dios no quiso que el famoso héroe persa Rustein viniera al mundo por vías naturales dado que el enorme tamaño corporal hacía extremadamente difícil su salida, por lo que envió una gran águila que extrajo con su pico, a través del vientre de su madre Zal, a nuestro protagonista.
- Año 508 a.C. El filósofo griego Leontino Georgias nace mediante cesárea que le cuesta la vida a su madre.
- Año 604 a.C. El que fuera con los años gran filósofo y declarado adversario de Confucio, Lao-Tse, nace por el flanco izquierdo de su madre, Nyu-Yu, anciana doncella quien lo mantuvo en su seno materno durante 72 años, hasta que lo expulsó por vía paranatural. Singular feto postmaduro.
- De Tiberio Graco, gran poeta de la segunda Guerra Púnica, se cuenta que nació en Itálica mediante cesárea, con supervivencia materna; dato este que pone en duda el historiador Ruleau.
- Año 954. Bugardo, conde de Luigsgow, nació a través de una cesárea posmortem por lo que fue conocido con el sobrenombre de “ingenitres” (no nacido).
- Año 980. Nace de parto cesáreo Gebhard, el que fue célebre obispo de Constanza.
- Año 1010. Tras morir su madre antes del parto, San Lamberto, obispo de Vence, fue extraído del vientre materno por apertura abdominal.
- Año 1102. Nace Dragan en el seno de una familia flamenca. El conocimiento, con los años, de que nació por una cesárea que ocasionó la muerte de su madre le promueve una fuerte crisis religiosa que le aparta de la sociedad, haciendo una vida de supremo ascetismo conducente a la santidad.
- Año 1316. Roberto II, que llegó a ser rey de Escocia, nace tras el accidente sufrido por su madre, que cae del caballo, desencadenándose el parto de su gestación de ocho meses, que finaliza con su muerte. El noble de la corte, Juan Forrester, incide el vientre de la fallecida, extrayendo a la criatura, a la que daña con el borde de su espada en un ojo provocándole una lesión crónica, con exudación conjuntival permanente, lo que le valió el sobrenombre de “Roberto el Legañoso”.
- Año 1466. Andrea Doria, Gran Almirante de Carlos V, parece ser que nació por cesárea, aunque el hecho de sobrevivir la madre al parto resta verosimilitud a la parturición por vía abdominal.
- Año 1590. La joven italiana Ana Visconti, embarazada del noveno mes, es objeto de una agresión con profunda herida en su vientre que le ocasiona la muerte y la salida espontánea por la misma de un feto vivo: Nicolás Spandati Visconti, que llegó al Solio Pontificio con el nombre de Gregorio XIV.
En la India, en la lectura de los libros tradicionales Vedas (1500-200 a.C.), se aconseja que si muere una embarazada y el feto manifiesta algún movimiento sea extraído por incisión abdominal y con presteza. En textos de medicina brahmánicos (Vagbheta, 700 a.C.; Susneta, 500 a.C.; y Chareca Samhit, 200 a.C.) se menciona la intervención de cesárea como medio de finalizar los partos que no acontecen por vías naturales. Tendencia que se sigue en el budismo, quizá por testimonio referencial de que el propio Buda nació por cesárea (suceso ya comentado). En Japón (s. XVI) se practicaba la cesárea con arreglo a normas posturales de intervención, según refleja un grabado de la época de Eugen Hollander reproducido por Stoeckel. En Israel, los libros rabínicos del Misnah y el Talmud (s. VI d.C.) refieren citas de extracción fetal con madre muerta, especificándose que (“a la mujer a quien se le extrae el hijo por el vientre no necesita la preceptiva purificación religiosa, pudiendo ser realizada la operación en sábado”. Se deduce con ello que la cesárea podrá hacerse en mujer viva.
En la cultura islámica, la cesárea estaba prohibida tanto en mujer viva como en muerta, según prescripción del Corán, llegándose a considerar que el feto extraído por el vientre de mujer fallecida era “hijo del diablo y no debiera vivir”.
Existen documentos que testimonian que en el 700 a.C. se realizaba esta operación en mujeres agonizantes o muertas. Tales son los casos de Pausanias, Príncipe Lacedemonio y Escipión el Africano. Como también se da por cierto que el poeta Ovidio (43 a.C.) fue hijo de cesárea y no de parto natural. La Roma antigua es fuente testimonial importante de datos sobre este tipo de operación quirúrgica. El segundo rey de Roma, Numa Pompilio (715-672 a.C.) dicta, al respecto, su famosa Lex Regia en la que se dictaminaba que no podría enterrarse a la mujer muerta embarazada sin haber extraído previamente al hijo con vida a través de un corte abdómino-uterino.
Posteriormente esta ley fue bien acogida por los cristianos ya que con ella se podía bautizar al neonato, teniendo así trascendencia médico-religiosa, hasta el punto de que el emperador Justiniano la hizo suya, transcribiéndola en Las pandectas, recopilación de sus principales obras de derecho. El historiador y cronista Plinio (23-79 d.C.) escribe en su Historia natural que Cayo Julio César (100-44 a.C.) habría nacido por intervención cesárea practicada a su madre, la emperatriz Aurelia. Este hecho es difícilmente asumible ya que en aquella época la práctica de la cesárea estaba prohibida en la mujer viva y Aurelia sobrevivió a su hijo algunos años. Cayo Suetonio y Plutarco, ilustres escritores y cronistas de la mencionada época, no aluden jamás en sus escritos a este hecho, por lo que se piensa y razona, por autores posteriores, que se mantuvo sesgadamente, por un problema puramente etimológico: la palabra ‘cesárea’ proviene del verbo latino caedere, que significa ‘cortar o seccionar’, por lo que el parto cesáreo es producto de un corte en el abdomen materno y no se correlaciona con el nombre de Julio César, al que su madre debió parir por la vía natural. El ya citado Plinio, en su libro de Historia, relata el nacimiento por cesárea del célebre Cayo Silio Itálico (25 a.C.) autor del poema
La segunda Guerra Púnica, si bien se pone en duda la autenticidad del hecho por algunos estudiosos del tema que encuentran ciertas incongruencias en dicho relato. La época medieval es rica en conductas y sucesos obstétricos entre la realidad y la leyenda. Así, en el medievo alemán se narra la triste historia del joven Tristán, de quien se dice que nació mediante cesárea, causando la muerte de su madre Blannaflor. De su amada Isolda sabemos cómo murió, pero no cómo nació. Posiblemente ni el propio Wagner lo llegó a saber.
En ese sugerente medievo, de la mano del gran ginecólogo e historiador Manuel Usandizaga Soraluce, conocemos curiosos testimonios sobre el arte de parir tales como útiles consejos cuando el parto no avanzaba, que obligaba a utilizar el recurso de las “sucusiones hipocráticas” para acelerar las contracciones que consistía en “mover o sacudir a la parturienta enérgicamente, sentada o atada en una silla o en la cama en sentido vertical”. Cuando el procedimiento no resultaba positivo ningún autor se inclinaba por extraer el feto mediante cesárea por la altísima mortalidad que conllevaba la intervención, con fallecimiento materno próximo al 100 por ciento. Al obviar la vía abdominal se recurría al cirujano general, quien “extraía en pedazos al feto, vivo o muerto, por vía vaginal, ayudado por ganchos y cuchillos”. Este proceder tocúrgico, embriotómico, bien por decapitación del feto o por basiotripsia, como lo conocemos actualmente, ha estado vigente hasta la segunda mitad del siglo XX.
Antes de la era antibiótica, la cesárea condicionaba tremendo riesgo vital.Aquellos ganchos y cuchillos que se citaban en los viejos libros de obstetricia se correspondían con los del arsenal que los ginecólogos que ejercíamos hace 50 años utilizábamos: el basiotribo-perforador y craneoclasto de Tarnier para reducir el volumen de la cabeza fetal y los útiles para decapitar el feto, como el gancho de Braun, el Ribemont, la daga de Blot y las tijeras de Siebold y Pinard. La cesárea ha ido modificando conductas tocúrgicas y todos esos terribles instrumentos hoy juegan un papel de museo, durmiendo un bien ganado y celebrado descanso en nuestras vitrinas de las clínicas.
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