Un
ingeniero español ha inventado una muñeca de silicona (el nombre es
Samantha), un robot para relaciones sexuales con el punto G, así que quien lo compre
tendrá la ilusión de hacer que se sienta (el robot habla) un orgasmo por manipulación del punto G
(falso).
Claramente, es sólo un negocio (cuesta miles de euros), ya que
en la realidad no existe el punto G como tal: utilizan este término para
promocionarse y para despertar la curiosidad. Todos
los sexólogos saben que el punto G no existe, pero hablar de ello
todavía es noticia. En la revista Neurociencia y Psicología de
octubre, el año 2016, se comenta que se trata de una "Región interna de tejidos hipersensibles que corresponde a los bulbos vestibulares". Estas afirmaciones no tienen ninguna base científica ni anatomopatológica ni neurológica.
¿Quién
inventó el punto G en 1981? (una enfermera y dos psicólogos), pero
inadecuadamente se ha utilizado el nombre de Grafenberg para dar la
impresión de que sus estudios tenían una base científica, pero en ningún
libro especializado en la anatomía humana se describe. No sólo eso, no hay figuras anatómicas o ecografías del punto G y las glándulas uretrales como tales, no pueden desencadenar un orgasmo.
El
punto G se ha convertido en el centro de un negocio multimillonario:
todas las mujeres deben saber cuando lo solicitan, que su expansión quirúrgica propuesta por
algunos ginecólogos es una intervención inútil e ineficaz con intereses únicamente económicos.
El
nombre del punto G de Grafenberg no debe ser utilizado por los
sexólogos, los ginecólogos, los medios de comunicación y por las mujeres de todo el mundo
que, al fin, sean capaces de sentirse libres porque ya no tienen que
"buscar" dicho punto y si no lo encuentran no ser consideradas como anormales, puesto que realmente no tienen el inexistente punto G.
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